“Aquel viaje que no ha dejado una huella en tu corazón jamás fue un viaje” dicen y creo que eso fue París.
La ciudad de las luces nos daba la bienvenida con una relajada lluvia de verano después de un largo y complicado viaje desde Londres. Lo primero que hicimos fue tomarnos un taxi para llegar a el que vendría a ser nuestro departamento por unos días.
Paris nos recibía con un tránsito increíble, autos y motos por todos lados que hicieron que tardaramos bastante en llegar a nuestro próximo hogar. Sin embargo, la energía se sentía. Estaba ahí, en París, descubriendo la ciudad del amor que siempre leí en libros y vi en instragram.
Llegamos a Montmartre, donde nuestro departamento nos esperaba para acompañarnos los cuatro días que estaríamos de invitados en la ciudad. Nuestro departamento quedaba en el sexto piso y como es habitual, los edificios no tienen ascensor. Intentando subir la escalera súper estrecha con mis maletas, al final del recorrido me sentí como Jude en Across the Universe cuando va a alquilar la casa de Sadie: escalera interminable que te dejaba sin aliento.
Exhaustos, llegamos, dejamos nuestro equipaje y nos acostamos en una habitación iluminada por luces navideñas con el típico balcón parisino: estábamos bastante estresados. Nos había costado bastante comunicarnos con los franceses y la verdad (por lo menos los que yo conocí) son poco amigables. Tampoco quiero decir que el francés es mala onda, pero acostumbrada a la calidez argentina, bastante fríos me resultaron. Un poco asustados por lo que nos esperaba en un país con un idioma que no teníamos idea, decidimos descansar abrazados para liberar tensiones.
Llegada la noche, salimos a lo que vendría a ser un reconocimiento de campo: conocer el barrio, los locales más cercanos, a dónde vendían cigarrillos y los precios.
Esa noche compramos en un supermercado pastas listas para microondas y tuvimos nuestra primera cena parisina romántica en Montmartre.
Dormimos hasta cerca del medio día y nos preparamos para la aventura: descubrir Paris. Decidimos recorrer la ciudad caminando y así descubrir cada uno de sus rincones. El destino era obvio: conocer la Torre Eiffel.
El día estaba raro, por momentos nublado y por momentos soleado. Las callecitas de Paris te hacen sentir adentro de una novela y cada bar que ves (al menos tres en cada cuadra) te hacen imaginar a Hemingway o a Scott Fitzgerald escribiendo sus obras.
Llegando más al centro a través de sus diagonales, la ciudad de la moda se hacía visible con tiendas inmensas de Fendi, Saint Lauren, Chanel y Versace. Mucho lujo podía verse en una de las capitales más importantes del mundo.
A lo lejos, se asomaba la Torre Eiffel: fue el momento que decidimos cerrar google maps para guiarnos por la dama de hierro. Es asombroso el primer contacto que tenes con la torre desde lejos, es la primera imagen de ella y que creo que nunca se va a borrar de mi memoria.
Nos acercábamos a la torre y comenzó a llover. No me molestó, al fin y al cabo dicen que Paris bajo la lluvia es más linda aún. Con un cielo totalmente cubierto cruzaba por el Sena hasta llegar finalmente a la Torre.
Nos compramos crêpes y nos sentamos en el parque a contemplar el paisaje. Mi vista era perfecta: tenía frente a mis ojos a la persona que amo y de fondo la Torre Eiffel. Entre charlas sobre cómo la veníamos pasando en el viaje pasó algo totalmente inesperado para mi: mi novio sacó de su bolsillo una cajita que contenía un anillo y me propuso casarme con él. Jamás se va a borrar de mi retina su sonrisa en aquel momento. Claro está que le dije que si, posteriormente sellamos nuestro amor con un beso y juré amarlo eternamente. Las emociones de ese momento fueron miles: nervios, felicidad, llanto, amor. Y si, luego de nueve años de novios, me propuso casamiento en la ciudad del amor, en el lugar más perfecto de la Tierra para hacer semejante petición.
Más enamorados que nunca y yo sin poder creer lo que estaba viviendo todavía, nos quedamos sentados bajo la lluvia hasta que decidimos seguir camino y descubrir la bella Paris.
Caminamos hasta el extremo occidental de la Avenída de los Campos de Eliseos para conocer uno de los monumentos más importantes de Francia: el Arco del Triunfo. En ese momento, una banda militar tocaba el himno nacional para todos los presentes mientras el lugar se llenaba de turistas como nosotros en busca de su foto con el monumento de fondo.
El día había sido largo y lleno de emociones. Volvimos a nuestro hermoso y acogedor apartamento para descansar y retomar energías para el próximo día que nos esperaba.
Al día siguiente, jueves, mi prometido me despertaba con un rico desayuno acompañado de pan baguette y queso, obvio, porque no podes estar en Paris y no probar sus quesos.
Ese día, caminamos hasta el pie de Montmartre para conocer Mouline Rouge, el famoso cabaret parisino que quedaba solo a unas pocas cuadras de nuestro departamento.
Luego, decidimos tomar el RER camino al Palacio de Versalles que queda a las afueras de Paris, a solo media hora. Llegamos y el castillo nos deslumbro. Es majestuoso, imponente. Caminamos por sus jardines, prolijos e inmensos, que me hicieron sentir en un cuento de hadas. Caminamos, nos perdimos en sus laberintos, sacamos fotos (muchas) y nos sentimos una princesa y un príncipe.
Mi novio me sorprendió y me invitó a pasear en bote por el lago que hay en el jardín y fue hermoso. Rodeados de cisnes y mientras se largaba a llover, mi amor remaba y me llevaba de paseo mientras yo moría de ternura.
Creo que, estando en París, te debes hacer un tiempo e ir a conocer Versalles: vale la pena totalmente. Su arquitectura, sus estatuas, su jardín, su lago, todo vale ser visto. Es adentrarse en la historia de la que es una de las construcciones monárquicas más importantes de Europa.
Pasamos toda una tarde en el palacio. Volvimos a Paris y tomamos el metro para volver a nuestro departamento. Nos arreglamos y nos preparamos para descubrir la noche parisina.
Paris tiene una noche increíble. Fiesta por todos lados. Nuestro barrio, Montmartre, estaba lleno de gente de todas las edades que salía a disfrutar la hermosa noche de verano. Las calles estaban repletas.
En el Boulevard de Clichy cenamos en un pintoresco bar irlandés unas suculentas hamburguesas con papas y de tragos fuimos a James Hetfield’s Pub, el bar del vocalista de Metallica. Ambos lugares muy lindos y llenos de gente. En el bar donde cenamos, nos sentamos en la vereda y pasaban muchísimas personas muy enfiestadas (já) y me sorprendió mucho. El bar de James está muy bueno, todo decorado con ploteos de bandas de rock, un lugar muy rockero aunque para mi sorpresa toda la noche sonó electrónica.
Una sola noche salí en Paris y me quedé con ganas de más. Definitivamente la ciudad de noche tiene mucha magia.
Finalmente, último día en Paris. Nos quedaban pocas horas en la ciudad y queríamos aprovecharla al máximo. Y como dije antes, caminar Paris es hermoso. En Montmartre, nuestro barrio parisino, queda la basílica de Sacre Couer: ahí fuimos. Caminamos hasta lo alto del barrio y conocimos el templo. La vista que hay desde ahí es impresionante y podes apreciar toda la ciudad.
Seguimos camino, visitamos tiendas de recuerdos, entramos a un shopping, comida al paso y llegamos a nuestro próximo destino que era la Catedral de Notre Dame. Rodeada por las aguas del rio Sena y con una bella plaza en su frente, la catedral de estilo gótico es bellísima y de gran tamaño (no tanto como el que imaginaba, pero grande). En la visita a la Catedral recordé todo el tiempo la historia del jorobado de Notre Dame que tanto escuché de chica y puedo decir que conocí las famosas gárgolas.
Volvimos a nuestro departamento. Las maletas nos esperaban listas. Último cigarrillo en el balcón parisino y nos tocaba dejar la ciudad, esa ciudad que nos hizo tan felices y deslumbró con cada rincón que descubrimos. Es la ciudad del amor, es la ciudad de mi amor. Es la ciudad a la que estoy segura que voy a volver todo el tiempo.
À Paris avec amour.
2 respuestas a «El amor y París»
Divino París !
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Si, hermoso! Gracias por leerme 🙂
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