Señoras y señores, Arctic Monkeys está de regreso. Casi exactamente 4 años después del lanzamiento de «Tranquility Base Hotel and Casino«, y con un disco en vivo publicado en pandemia, la banda de Sheffield editó este 21 de octubre último su séptimo álbum de estudio, «The Car».
A lo largo de sus más de 16 años de carrera, es ya un concepto instalado el de que Arctic Monkeys es una banda de ciclos. A lo largo de su discografía podemos vislumbrar por lo menos tres bandas diferentes, a pesar de que la formación se mantenga constante desde 2006 con Alex Turner en voz, Matt Helders en batería, Jamie Cook en guitarra y Nick O’Malley en bajo. Los comienzos en “Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not” (2006) y “Favourite Worst Nightmare” (2007) fueron salvajes y hormonales; «Humbug» (2009) fue una especie de transición i-satera entre éstos y la época más ruda y stoner de «Suck it and See» (2011) y «AM» (2013). La actualidad los encuentra con una madurez que queda demostrada en su sonido, mucho más cercano a David Bowie que a The Hives (con quienes vinieron a nuestro querido y añorado Orfeo aquél inolvidable 9 de Noviembre de 2014). Así llegamos a esta suerte de continuación espiritual de Tranquility Base. Diez canciones que marcan, cual peajes, un viaje sonoro de 37 minutos.

Desde ya le aviso, no se deje llevar por el título de la canción que abre la placa. Aquí no habrá ninguna mirrorball. O sí, pero no será la misma que nos hacía bailar electro-pop como un robot de 1984. Ya lo dice Alex en la primera estrofa del disco:
“No te emociones, eso no es algo que tú harías
El ayer aún escurre por el techo, eso no es nada nuevo
Yo sé que prometí que no haría eso
Hacerlo muy romántico y cursi, de alguna manera
parece más adecuado al ambiente”
There’d Better be a Mirrorball anuncia todo eso que escribí un poco más arriba, y lo hace con un ritmo jazzero que tiene en la voz de crooner de Mr.Turner y en el prolijísimo beat de Helders sus puntos más altos. Una vez entramos en clima arranca I Ain’t Quite Where I Think I Am, que mantiene estas bases pero con un wah wah súper disco, que inmediatamente te levanta de la silla y te hace mover las caderas. Párrafo aparte para uno de los sellos distintivos de la banda (y uno de mis favoritos personales) como son los coros de Matt Helders. Otro aditivo que tiene este disco son los arreglos de cuerdas, que hasta hace unos años teníamos más asociados con The Last Shadow Puppets que con los Arctic. En The Car son una constante, y en este segundo track hacen su entrada triunfal. El disco sigue con Sculptures of Anything Goes, canción que te envuelve en una atmósfera oscura, como estar en un antiguo living de grandes sillones y paredes de machimbre, tomando un whisky y fumando un cigarro. Esa tónica continúa en Jet Skis on the Moat, pero con aires más funky en la guitarra aunque sin levantar el tono baladero.

Y si de baladas hablamos, el caballito de batalla de este disco es Body Paint, el primer corte de difusión y track 5 del disco. Éste es quizá el tema que más recuerda a los tiempos de Humbug, pero con una estética Beatlera que desde el principio se palpa con el piano y promediando la pieza alcanza todo su esplendor con los arreglos de cuerdas y el corte de guitarra y batería; que preceden a el primer estribillo cantado a viva voz en el disco. El final de la canción es con un fade out que oficia de cierre del primer acto.
Damos vuelta el vinilo y arranca el tema que le da nombre al disco, The Car. De movida la guitarra acústica y los redoblantes le dan una tonalidad Western alucinante. Mención especial a Alex cantando “sleeping amigouus” en un espanglish que suma puntos a la atmósfera del tema. Eso, sumado a los elementos que ya venían mostrando desde que arranca el disco y la aparición, en el cierre del tema, del primer riff de guitarra del disco, hacen a esta canción la preferida de quien suscribe. Big Ideas podría tranquilamente estar también en el podio de grandes canciones (además tiene el segundo riff). Su letra, que pareciera relatar la cocción de un disco y su correspondiente gira, nos hace pensar que quizá sea la canción más autorreferencial.
Track 8, comienza Hello You y de repente se prende la luz. El teclado que entra de arremetida te toma del antebrazo y te lleva al medio de la pista para bailar, no desenfrenadamente, pero sí apretaditos. Quizás, el estribillo le habla a aquellos fans de la primera época que aún esperan una vuelta a las raíces:
“Hola tú
¿Sigues arrastrando un largo adiós?
Debería disculparme
Por una de las últimas veces.”
Antes del final, Mr. Schwartz nos da otro pequeño descanso de la rigurosa línea musical y estética del disco. Al principio la guitarra acústica es protagonista, exclusiva, para luego darle paso al resto de la banda que pareciera acercarse al unísono, lentamente y en ronda. De repente ese inicio casi Dylanesco se convirtió en una bossa nova orquestal, y no te diste cuenta en qué momento pasó porque te quedaste engolosinado con Alex Crooner.
El final llega con Perfect Sense, y un inicio que en un primer momento te recuerda a Never Tear Us Apart de INXS. Pero es un cierre perfecto para este disco, absolutamente orquestal, absolutamente vintage y absolutamente distinto a lo que supimos ver y oír en décadas pasadas.

Nota por Pedro Simpson